GERARD


Limpkin





Me habló de la necesidad ocasional de la mentira y de sus beneficios. Sin embargo, yo, de momento, no tenía que practicarla: yo tenía que seguir diciendo siempre la verdad. Siempre.
(...) Diles que es más suave que la seda, me dijo. Y yo, que todavía no podía mentir, pero que todavía no reconozco el tacto de la seda, decido decir mi primera mentira benéfica y digo que sí. La gente se rió.
(...) Por la noche, después de volver de la playa, mi madre preparó el pescado y me lo sirvió entero en un plato para mí. Tenía muchas espinas: alguna se me clavaron en la boca.

Félix Romeo

































Perverses inquietuds.